El Parlamento

Caer enfermo -con una bronquitis aguda, por ejemplo- es penoso, pero también tiene sus ventajas: tiempo para pensar. He pensado mucho en los últimos 15 días. Es seguro que no he pensado nada nuevo, pero he dado claridad a las ideas de siempre, que estaban confusas y oscurecidas. Pensar es un verbo transitivo, mas no supone necesariamente encontrar algo nuevo. Con frecuencia, pensar sirve para hallar o reencontrar lo obvio. La obviedad, tan desacreditada, es una gran conquista, pues significa que las cosas se nos aparecen exactamente como son. Nada menos. No es poco.

La política. La política está muy desacreditada entre nosotros. Decimos que estamos hartos, decepcionados, enfadados con ella. Tenemos motivos. Nos estamos refiriendo a la fenomenología más visible de la política, a la espuma, a los accidentes e incidencias de la política. Nos referimos a los partidos y a los políticos en acción, a sus insuficiencias, miserias, corrupciones, falsedades y manejos. Ya. De acuerdo.

Pero la política no es solo eso. El barullo de hechos, actitudes y episodios que trae consigo la política y el modo diario en el que se reflejan en los medios nos tienen fritos, y entonces tenemos la tentación de pasar de la política, de quejarnos con amargura y, al mismo tiempo, hacernos a un lado. Buscamos con ello, en no pocas ocasiones, enfatizar nuestro individualismo, nuestro criterio privilegiado. Privilegiar nuestro criterio y nuestro fuero: a mí no me la pegan, yo me separo de la masa, de su juego y de su credulidad, yo no quiero saber nada, yo estoy por encima de esta burda comedia, al margen.

Pero eso no es verdad. Puedo hacer como que la política no me concierne, pero la política no actúa igual conmigo. La política, contando con mi desdén o mi apatía, sí se mete en mi vida, la modula, la condiciona, la organiza. La política prescribe mi vida cotidiana, haga yo las muecas que haga para demostrar que vivo al margen de ella. No vivo al margen. Falso. Mi vida personal y profesional, todas las posibilidades y opciones de mi comportamiento están sometidas al dictado de la política. Es así.

Digamos que, con gran frecuencia, los árboles no nos dejan ver el bosque. Los árboles son lo que leemos cada día en los periódicos, pero el bosque son las leyes. Nada menos. El bosque, en democracia, es el Parlamento. Y del Parlamento, también con todas esas insuficiencias que nos tienen rebotados, salen las leyes, todas y cada una, que forman el paisaje y las reglas de nuestro día a día. El aire que respiramos.

Mientras no inventemos otra cosa, el Parlamento y su configuración son muy importantes. Tanto como el Gobierno y su Presidente. En plata: no nos abstengamos el día 20. Una mayoría absoluta de quienes tienen otro modo de ver la vida y la sociedad diferente al nuestro nos afectará mucho durante los siguientes cuatro años. El elitismo, el individualismo, el libertarismo y la melancolía son brindis al sol. Si no condicionamos con nuestro voto las leyes que queremos, las leyes que no queremos nos condicionarán a nosotros hasta sentir un malestar y una rabia muy superiores a los que ahora sentimos. Y saldremos muy perjudicados. Votemos.